Cuando el cerebro guarda silencio: la trágica historia de un infarto cerebral que pudo evitarse

El infarto cerebral, también conocido como accidente cerebrovascular (ACV), es una de las principales causas de discapacidad y muerte en el mundo. Lo más alarmante es que muchas veces ocurre en silencio, sin causar dolor, pero dejando señales que suelen ser ignoradas. Así fue el caso de Doña Carmen, una mujer de 63 años, activa, cariñosa, madre de tres hijos, que confundió los síntomas con el simple cansancio. Hasta que una mañana, mientras servía el desayuno, su pierna derecha cedió y su rostro se torció sin poder pronunciar palabra.

El diagnóstico fue un ACV isquémico, provocado por la obstrucción del flujo sanguíneo al hemisferio derecho del cerebro. Cada segundo sin oxígeno significó la muerte de miles de neuronas. Aunque fue trasladada al hospital, el daño ya era irreversible. Una imagen tomada tras su fallecimiento revela el impacto del infarto: una zona completamente ennegrecida del cerebro, sin función, sin vida. Un reflejo físico de un proceso devastador que ocurre sin gritos ni alarmas.

Durante semanas, Doña Carmen presentó señales tempranas: mareos, confusión, dolor de cabeza y dificultad para concentrarse. Sin embargo, ni ella ni su entorno reconocieron el riesgo. Lo atribuyeron al estrés o la edad. Este descuido, tan común como peligroso, demuestra lo importante que es conocer los síntomas y actuar sin demora.

El ACV no avisa con dolor, pero sí con cambios repentinos en el habla, la visión, el equilibrio o la movilidad de una extremidad. Reconocer estos signos y buscar atención médica inmediata puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. La historia de Doña Carmen es un llamado urgente: escuchar al cuerpo puede salvarnos la vida.